Vicente Huidobro
Cuando hablamos de Vicente Huidobro, reconocemos el papel del creador en esencia, aquel que es capaz de proponer nuevos imaginarios a través del lenguaje, que va más allá de la lógica establecida para instaurar su propia lógica.
Aburrido de dejar ese papel a la naturaleza (en cuanto a la voluntad creadora), comienza a edificar los cimientos de un tejido escritural que es la proyección de sus angustias y obsesiones, donde la asociación de palabras y conceptos genera un hecho nuevo (un pájaro anida en el arcoíris), donde los neologismos, la anáfora, la fragmentación -que anuncian el fin de una era y tal vez el comienzo de otra, como reza en Altazor-, proponen una travesía a través de rutas insólitas e inesperadas.
Pero toda esta aventura creativa, todo este vuelo cósmico, descansa sobre un soporte fundamental: el profundo conocimiento que tiene de la tradición, porque de lo contrario, sobre qué parámetros podría innovar, cómo sabría que aquello que se propone, ya fue hecho hace siglos.
Huidobro siempre desarrolló un carácter premonitorio en todo aquello que vislumbró o idealizó.
Lo hizo en sus primeros caligramas de 1912 (Canciones en la noche), dos años antes que Apollinaire en Francia diera a conocer los suyos.
Lo hizo en su concepción estética creacionista, para la cual creará un basamento teórico que llevaría a explicar su proceso creativo.
Lo hizo en su obra cumbre Altazor o el viaje en paracaídas (1931). Compuesta de un prefacio en prosa y siete cantos en verso libre, es el tercer poema de largo aliento de Huidobro, luego de Adán (1916) y Ecuatorial (1918). Constituye su aporte estético a la poesía española del siglo XX.
Lo hizo en Los cuentos diminutos (1927) y Tres inmensas novelas (1931), que hoy la crítica distingue como minificciones o microrrelatos.
O ya intuyendo el ideario del absurdo, cuya pieza teatral En la luna (1934), se adelantaría en varios lustros a las escaramuzas propiciadas por Becket, Vian o Ionesco, según el dramaturgo Jorge Díaz.
Por lo tanto, no es extraño que lo iniciado en Ecuatorial y Poemas árticos (ambos de 1918), derivara en los textos que inauguran la vanguardia en español y que retratan las audacias tipográficas de la época, como son la utilización de las mayúsculas, el uso innovador de los espacios en blanco y la supresión de los signos de puntuación.
Nada le resulta ajeno a nuestro inefable creador. La poesía, la narrativa, el teatro y otras fuentes literarias y artísticas pasarían constantemente por una revisión de época y serían punta de lanza de nuevas estéticas que irían decantando sucesivamente.
Como diría el Premio Nobel mexicano Octavio Paz: “Huidobro es el oxígeno invisible de nuestra poesía. El aire en que todos respiramos”. O en palabras del legendario antipoeta Nicanor Parra: “¿Qué sería de la poesía chilena sin este duende? (…) Vicente, Vidente, Vigente”.